El primer precepto buddhista es abstenerse de matar o dañar seres sientientes. Surge entonces la pregunta obligada para todos aquellos que observan o intentan observar este precepto si consumir carne es una violación del mismo. O como la autora de este artículo lo expresa, si uno debería ser vegetariano.
El primer precepto buddhista es abstenerse de matar o dañar seres sientientes. Y entre los seres sintientes no sólo se incluyen los seres humanos sino también cualquier ser del reino animal desde la diminuta hormiga hasta la ballena. A continuación compartimos un escrito sobre este tema y una carta dirigida a la Asamblea Legislativa del Districto Federal, México, de la Licenciada Lizeth Rocío Guerrero. Lizeth es una abogada mexicana y practicante y estudiosa del buddhismo residente en el Estado de Sonora, México.
Compartimos la ponencia del Ven. Bhikkhu Nandisena, "The Dhamma as Reality and Concept", presentada en la Conferencia Internacional Dharma-Dhamma celebrada en Sanchi/Bhopal, India, del 21 al 23 de septiembre, 2012.
En el Gran Discurso de la Destrucción del Deseo (Mahātaṇhāsaṅkhaya Sutta-Majjhima Nikāya i 332) el Buddha señala que para que exista la concepción de un ser humano se requieren tres condiciones: (i) la unión del padre y de la madre, (ii) que sea el período de la madre, y (iii) que el ser que va a reconectar esté presente.
La situación actual de México es crítica, porque nos encontramos entre la violencia ejercida por el crimen organizado coludido con las autoridades, y la violencia que el Estado ejerce a través de las Fuerzas Armadas y los diferentes cuerpos policíacos, que con toda impunidad, violan flagrantemente los derechos de las personas, consagrados en la Constitución.
Vivía en Sāvatthī una joven de nombre Gotamī, la hija de una familia arruinada que pasaba un período difícil. Ella era tan delgada y ojerosa (kisa), que todo el mundo la llamaba Kisāgotamī, Gotamī la Ojerosa. Cuando se le veía caminando, alta y flaca, no se podía adivinar su riqueza interior.
En Rājagaha, capital del reino de Magadha, vivía una joven de buena familia llamada Bhaddā, hija única de un rico mercader. Sus padres la mantenían confinada en el piso superior de una mansión de siete pisos, pues la joven era de naturaleza apasionada y temían que el despertar de su sexualidad le causara problemas.