Grandes Discípulos del Buddha: Mahākaccāna
En esta reseña Maggacitta nos relata la vida de Anuruddha, quien fue uno de los principales discípulos del Buddha y que era preeminente en la exposición doctrinal.
Venerable Mahākaccāna - Maestro de la Exposición Doctrinal
Como maestro diestro y polifacético, el Buddha adoptó diferentes estilos de discurso para comunicar el Dhamma a sus discípulos. A menudo explicaba detalladamente una enseñanza y en otras ocasiones presentaba el Dhamma en forma abreviada ofreciendo solo una declaración breve, a veces incluso enigmática.
Empleaba esta técnica porque, a veces, era más eficaz para afectar y transformar las mentes de los oyentes que una elaboración detallada. El propósito de la enseñanza no es transmitir información, sino desarrollar el conocimiento intuitivo, la sabiduría superior y la liberación.
Mientras que una enseñanza tan sumamente breve escaparía a la comprensión de la gran mayoría de los monjes, los discípulos con las facultades agudas desarrolladas podían captar en seguida su significado. Bajo tales circunstancias, el propio Buddha estableció una categoría aparte de discípulos eminentes llamada los principales de entre los que analizan detalladamente el significado de lo que fue declarado (por mí) de un modo breve. El monje a quien el Buddha asignó para este puesto fue el Venerable Mahākaccāna.
Tras su ordenación como monje, Mahākaccāna pasó la mayor parte de su vida en su tierra natal de Avanti, un remoto país al sudoeste de la Región Central en donde residía el Buddha. Por esta razón, no estuvo mucho tiempo en compañía del Bienaventurado y no le encontramos como figura prominente en los asuntos de la Sangha. Aun así, debido a la astucia de su intelecto, de la profundidad de su conocimiento intuitivo del Dhamma y de su habilidad como orador, cuando Mahākaccāna se unía al séquito del Buddha, los otros monjes se dirigían frecuentemente a él para que iluminara las breves declaraciones del Buddha que les tenía confusos. Así pues, encontramos en el Canon Pali un conjunto de discursos expresados por Mahākaccāna que ocupan un lugar de importancia capital. Estos textos, siempre metódicamente refinados y analíticamente precisos, demuestran con excepcional lucidez la gran variedad de implicaciones y sentidos prácticos de un buen número de declaraciones breves del Buddha que, de otro modo, sin sus explicaciones, escaparían a nuestra comprensión.
Su conversión al Dhamma
Cuando el Buddha Gotama apareció en el mundo, Kaccāna nació en su última existencia como el hijo del capellán en la ciudad de Ujjeni, la capital de Avanti. Tanto su padre como su madre pertenecían al clan Kaccāyana, uno de las líneas de brahmines más antiguas y respetadas del país. Siendo brahmín e hijo del capellán de la corte, Kaccāna estudió los Tres Vedas, las sagradas escrituras de los brahmines y, tras la muerte de su padre, ocupó el puesto de capellán de la corte que aquél había dejado vacante.
En la época en la que Kaccāna accedió al puesto de capellán, gobernaba en Avanti el Rey Candappajjotta, Pajjotta el Violento. Se le llamaba así debido a su temperamento explosivo e imprevisible. Cuando el Rey se enteró de que el Buddha había aparecido en el mundo, comisionó al capellán Kaccāna a que le llevara una invitación personal al Bienaventurado para que viniera a Ujjeni. Kaccāna, no obstante, llevaría a cabo la misión sólo con la condición de que se le permitiera hacerse monje después de reunirse con el Iluminado, el Rey dio su consentimiento.
Al llegar a su destino, Kaccāna y siete cortesanos que le acompañaban, el Maestro les enseño el Dhamma y, al final del discurso, Kaccāna y sus siete compañeros alcanzaron el estado de Arahant junto con los cuatro conocimientos analíticos. El Buddha les confirió la ordenación levantando simplemente su mano y dándoles la bienvenida al seno de la Sangha con estas palabras: “Venid, monjes”.
El nuevo monje, ahora el Venerable Mahākaccāna, entonces empezó a elogiar los esplendores de Ujjeni ante el Buddha. El Maestro comprendió que su joven discípulo deseaba que viajara a su tierra natal, pero respondió que sería suficiente si Kaccāna iba solo, ya que ahora era capaz de enseñar el Dhamma y de inspirar confianza al Rey Candappajjota.
En su camino de regreso, el grupo de monjes llegó a una ciudad llamada Telapanali, en donde se detuvieron para pedir limosnas. Allí vivían dos doncellas, ambas hijas de mercaderes de diferentes familias. Una joven era bella, de largos y adorables cabellos, pero sus padres habían fallecido y vivía en la pobreza. La otra joven era rica, pero estaba afligida por una enfermedad que le había provocado la caída del cabello. Muchas veces había intentado persuadir a la chica pobre de que le vendiera su cabello para confeccionarse una peluca, pero ésta siempre se había negado.
Ahora, cuando la joven pobre vio a Mahākaccāna surgió en ella una oleada repentina de fe y devoción hacia el anciano y decidió ofrecerle alimentos. Puesto que vivía en la pobreza decidió venderle su cabello por unas pocas monedas a la joven rica y con ese dinero preparó alimento para el grupo de monjes. Después de presentar los alimentos y como fruto inmediato de su acción meritoria, todo su cabello volvió a crecer instantáneamente hasta su longitud original.
Cuando Mahākaccāna llegó a Ujjeni informó de este incidente al Rey Candappajjota. El rey hizo traer a la joven a su palacio e instantáneamente la nombró reina principal. A partir de entonces, el soberano honró inmensamente a Mahākaccāna. Muchos de los ciudadanos de Ujjeni que escucharon predicar al anciano adquirieron fe en el Dhamma y siguieron a Mahākaccāna como monjes.
Varios incidentes
Ni los suttas ni los comentarios nos ofrecen mucha información biográfica acerca de la vida del Venerable Mahākaccāna en la Sangha. Se centran, más bien, en su función de maestro, especialmente en sus detalladas exposiciones de las declaraciones breves del Buddha. Parece ser que después de su ordenación, Mahākaccāna pasó casi todo el tiempo en Avanti y que, por lo general, vivía apaciblemente en soledad, aunque instruyera a otros cuando surgía la ocasión. Periódicamente iba a visitar al Buddha a sus lugares principales de residencia, y es probable que también le acompañara a veces en sus giras de predicación.
En una ocasión en la que Mahākaccāna visitó al Buddha recibió un homenaje especial de Sakka, el rey de los dioses. Puesto que Mahākaccāna solía visitar con regularidad al Buddha con el fin de escuchar el Dhamma, los otros ancianos reservaban siempre un asiento para él, por si acaso aparecía inesperadamente.
En esta ocasión Sakka, junto con el séquito celestial, se acercó a la santa asamblea y se postró delante del Bienaventurado. Al no ver a Mahākaccāna, Sakka pensó: “Sería realmente bueno que acudiera el noble anciano”. Justo en ese momento llegó Kaccāna y tomó asiento. Entonces, Sakka le agarró firmemente por los tobillos, expresó su júbilo por la llegada del anciano y le honró con presentes de perfumes y flores. Algunos de los monjes más jóvenes se sintieron molestos y protestaron diciendo que Sakka estaba siendo parcial en su exhibición de honores, pero el Buddha les reprobó con las siguientes palabras: “Monjes, esos monjes que guardan las puertas de los sentidos como mi hijo Mahākaccāna, son apreciados por devas y humanos”. Y seguidamente pronunció la siguiente estrofa del Dhammapada:
Hasta los devas aprecian
a quien mantiene subyugado los sentidos
Como el caballo bien adiestrado por un auriga,
cuyo orgullo es destruido
y está libre de corrupciones.
El hecho de que Kaccāna fuera realmente un hombre que ponía mucha atención al dominio de las facultades sensoriales queda confirmado por sus discursos, los cuales recalcan a menudo la necesidad de guardar “las puertas de los sentidos”.
Elaborador de declaraciones breves
El discurso de la Bola de Miel, en el sutta Madhupindika, es el primer sutta del Majjhima Nikāya en donde el Venerable Mahākaccāna desempeña un papel importante.
Un día un sakya arrogante llamado Dandapani se le acerca al Buddha y pregunta de un modo deliberadamente descortés: “¿Qué es lo que afirma el Recluso, qué es lo que proclama?” El Buddha contesta con una respuesta destinada a subrayar su repulsa a ser arrastrado al tipo de conflicto que su interrogador quiere instigar: “Amigo, yo afirmo y proclamo una enseñanza tal, que no se disputa con nadie en este mundo, con sus dioses, Maras y Brahmas, ni en esta generación con sus reclusos y sus brahmines, sus príncipes y sus gentes; una enseñanza tal, que las percepciones ya no subyacen en ese brahmin que mora desapegado de los placeres sensuales, sin perplejidad, despojado de toda preocupación, libre de deseo vehemente por cualquier tipo de ser”.
La respuesta resulta completamente ininteligible para Dandapani, que levanta las cejas en señal de asombro y se marcha. Luego de esto un monje pregunta al Iluminado: ¿Cuál es exactamente la enseñanza que proclama el Bienaventurado mediante la cual uno puede evitar toda disputa y, al mismo tiempo, estar libre de la perniciosa influencia del deseo vehemente? El Buddha responde con la jugosa declaración que sigue: “Monjes, ¿cuál es la fuente a través de la cual las percepciones y las nociones teñidas por la proliferación mental acosan a una persona?: `si no se haya nada en lo que deleitarse, alegrarse y aferrarse, éste es el fin de las tendencias subyacentes a la lujuria, la aversión, las visiones, la duda, la presunción, el deseo de ser y la ignorancia; éste es el fin de confiar en varas y armas, de las desavenencias, las reyertas, las disputas, la recriminación, la malicia y la palabra falsa; aquí, tales estados malignos y nocivos cesan sin dejar rastro´”. Tras pronunciar estas palabras y antes de que los monjes tengan tiempo de pedir una explicación, el Señor se levanta de su asiento y penetra en sus alojamientos.
Cuando el Buddha se retira, los monjes reflexionan sobre su declaración y, conscientes de su incapacidad para entenderla, consideran: “El Venerable Mahākaccāna es ensalzado por el Maestro y estimado por sus sabios compañeros en la vida santa. El es capaz de exponer el significado detallado. Podríamos ir a verle y pedirle que elucide esta enseñanza”.
Cuando se acercan a Mahākaccāna y le exponen su demanda, el anciano explica la breve declaración del Buddha diciendo: “Dependiendo del ojo y de las formas, surge la consciencia visual. La reunión de los tres es el contacto. Con el contacto como condición surge la sensación. Eso que uno siente es lo que uno percibe. Eso que uno percibe es lo que uno piensa. Eso que uno piensa, es lo que prolifera mentalmente. Teniendo como fuente lo que uno ha proliferado mentalmente, las percepciones y las nociones teñidas por la proliferación mental acosan a una persona con respecto a las formas pasadas, presentes y futuras cognoscibles a través del ojo”. El mismo modelo se repite para cada una de las bases de los sentidos. El anciano, seguidamente, conecta la totalidad de la exposición con el principio del condicionamiento, mostrando en qué modo cada término de la serie surge dependiendo del término precedente y cesa con la cesación de su predecesor.
Este pasaje, rico en implicaciones, ofrece una explicación penetrante del proceso mediante el cual la mente confundida se ve abrumada por sus propias creaciones imaginarias –sus percepciones y construcciones mentales distorsionadas-. La secuencia comienza como una descripción sencilla del génesis condicionado de la cognición: cada tipo de consciencia surge dependiendo de su facultad y objeto sensorial respectivo. El proceso se desarrolla en el orden natural mediante el contacto, la sensación y la percepción con respecto al estadio del pensamiento.
Los resortes subyacentes de esta proliferación conceptual son tres engaños: deseo vehemente (tanhā), presunción (māna) y visión errónea (ditthi). Cuando estos tres adquieren dominio sobre el proceso del pensamiento, la cognición queda fuera de control, desparramando una inmensidad de ideas engañosas, obsesiones y pasiones que dominan al individuo y lo convierten en su desventurada víctima. Este proceso de percepción sensorial, como muestra Mahākaccāna, es “la fuente mediante la cual las percepciones y las nociones teñidas por la proliferación mental acosan a la persona” a la que hace referencia el Buddha en su declaración breve. Cuando no hay deleite en el proceso de percepción mediante el deseo vehemente, que se elabora a través de la experiencia en términos de la noción de “mío”; cuando uno no se alegra de ello mediante la presunción, que introduce la noción “yo soy”; cuando uno no se aferra a él mediante la visión errónea, que prolifera en la noción de la autoexistencia, entonces todas las tendencias subyacentes a los engaños son desarraigadas y uno puede morar en el mundo como un sabio liberado, santo y juicioso, sin desavenencias, ni conflictos, ni disputas.
Tal fue la explicación que el Venerable Mahākaccāna ofreció a los monjes. Entonces el Venerable Ananda, quien se hallaba junto al Buddha, añadió un símil memorable con el fin de hacer resaltar la belleza de la exposición de Mahākaccāna: “Si un hombre desfallecido a causa del hambre y de la debilidad hallara una bola de miel, al comérsela encontraría en ella un dulce y delicioso sabor; del mismo modo, Venerable Señor, cualquier monje capaz, al analizar con sabiduría el significado de este discurso del Dhamma, encontrará satisfacción y confianza mentales”. Basándose en este símil, el Buddha tituló el discurso de Mahākaccāna como el Sutta Madhupindika, “El Discurso de la Bola de Miel”.
En otro discurso, el Sutta Uddesavibhanga, el Buddha recita un compendio del modo siguiente: “Monjes, un monje debe examinar las cosas de tal modo que, mientras las examina, su consciencia no está distraída y dispersa externamente, ni atrapada internamente, y al no aferrarse no se agita. Si su consciencia no está distraída y dispersa externamente ni atrapada internamente, y si al no aferrarse no se agita, entonces, para él no hay originación del sufrimiento –del nacimiento, vejez y muerte en el futuro-“. Después, como en ocasiones anteriores, el Buddha se levanta de su asiento y se retira sin impartir la exposición. Pero los monjes no se sienten perdidos, pues el Venerable Mahākaccāna se encuentra entre ellos y su explicación ganará, sin duda alguna, la aprobación del Maestro.
Mahākaccāna comienza su análisis tomando cada frase del compendio del Buddha y diseccionándola con minucioso detalle. ¿Cómo “se distrae y dispersa externamente la conciencia”? Cuando un monje ha visto una forma con el ojo (o ha experimentado otro objeto sensorial con su facultad correspondiente) “si su consciencia sigue al signo de la forma, está atado y encadenado por la satisfacción en el signo de la forma, entonces su consciencia se denomina “distraída y dispersa externamente”. Pero si, al ver una forma con el ojo, etc., el monje no sigue al signo de la forma, no se ata ni encadena al signo de la forma, entonces, su consciencia se denomina “no distraída ni dispersa externamente”.
Su mente está “atrapada internamente” si tras alcanzar cualquiera de los cuatro jhanas, las abstracciones meditativas, su mente queda “atada y encadenada” por la satisfacción en el éxtasis, el gozo, la paz y la ecuanimidad superiores del jhana. Si puede lograr los jhanas sin apegarse a ellos, su mente “no está atascada internamente”.
Hay “agitación debido al aferramiento” en el “ser mundano sin instrucción”, que considera a sus cinco agregados como el yo. Cuando su forma o sensación o percepción o formaciones volitivas o consciencia sufre cambio y deterioro, su mente se inquieta con el cambio y se torna ansiosa, angustiada y preocupada. Así pues, hay agitación debido al aferramiento. Pero el noble discípulo instruido no considera a los cinco agregados como su yo. Por consiguiente, cuando éstos sufren cambio y transformación, su mente no se inquieta por el cambio y mora libre de ansiedad, de agitación y de preocupación.
Esto, afirma el anciano, es como él entiende en detalle el compendio declarado brevemente por el Bienaventurado, y cuando los monjes informan al Maestro, éste aprueba la explicación de su discípulo.
Otras enseñanzas de Mahākaccāna
El Majjhima Nikāya contiene un diálogo entre el gran anciano y el rey Avantiputta de Madhura. Una vez, cuando Mahākaccāna residía en Madhura, llegó a oídos del rey un informe favorable que circulaba acerca del anciano: “Es sabio, sagaz, erudito, agudo, claro y perspicaz; es ya mayor y es un Arahant”. Deseando conversar con alguien tan eminente, el rey se trasladó hasta donde se encontraba el monje para entrevistarse con él.
La pregunta con la que el rey inició este diálogo se refería a un tema práctico que inquietaba a muchos de los soberanos de noble casta del tiempo: los esfuerzos de los brahmines por establecer su propia hegemonía en todo el sistema social de India. Los brahmines intentaban justificar su campaña por el poder apelando a que su condición procedía de fuentes divinas. El rey Avantiputta relata a Mahākaccāna la demanda que los brahmines han estado promoviendo: “Los brahmines son la casta más elevada, cualquier otra casta es inferior; los brahmines son la casta más rubia, los de cualquier otra casta son morenos; sólo los que son brahmines están purificados, no los que no lo son; los brahmines son los únicos hijos de Brahma, los descendientes de Brahma, nacidos de su boca, herederos de Brahma”.
El Venerable Mahākaccāna, aun perteneciendo él mismo a la casta brahmin, era bien consciente de la presunción y arrogancia que subyacía detrás de tal proclamación y responde que la demanda de los brahmines es “simplemente un dicho más en el mundo”. Para demostrar su punto de vista, Mahākaccāna presenta entonces una poderosa variedad de argumentos que apoyan su planteamiento: cualquier persona de cualquier clase social que adquiera riqueza puede dirigir el trabajo de los miembros de otras castas; incluso un criado podría contratar a su servicio a un brahmin. Uno de cualquier casta que viole los principios de la moralidad renace en los infiernos, mientras que uno de cualquier casta que observe los preceptos morales nace en un reino de felicidad. Uno de cualquier casta que infrinja la ley es castigado. Uno de cualquier casta que renuncie al mundo y se convierta en un asceta recibe homenaje y respeto. Tras cada uno de los argumentos expuestos por el anciano, el rey proclama: “Estas cuatro castas son todas iguales; no hay ninguna diferencia entre ellas”.
Al término de la conversación y después de expresar su agradecimiento a Mahākaccāna, el rey Avantiputta declara: “Tomo refugio en el Maestro Mahākaccāna, en el Dhamma y en la Sangha de monjes”. Pero el anciano le corrige: “No tomes refugio en mí, gran rey. Toma refugio en el mismo Ser Bienaventurado en quien yo he tomado refugio –el Buddha completamente Iluminado-”.
En otro sutta, un brahmin llamado Kandarayana reprendió a Mahākaccāna por no haber mostrado el debido respeto a los brahmines ancianos. Mahākaccāna se defendió estableciendo una distinción entre el uso convencional de las palabras anciano y joven y su significado correcto dentro de la disciplina del ser noble. Según este último criterio, aun cuando una persona haya cumplido ochenta, noventa o cien años de edad, si todavía es adicta a los placeres sensuales, se le considera como un niño, no como un anciano. Pero si una persona, aunque sea joven, todavía sin canas y dotada de la bendición de la juventud, ha escapado de los deseos sensuales, entonces se le reconoce como un anciano.
Finalmente, el Buddha honró al Venerable Mahākaccāna nombrándole discípulo principal por su destreza para proporcionar exposiciones detalladas a partir de declaraciones breves del Bienaventurado, su agudeza intelectual y por la perspicacia de su conocimiento intuitivo del Dhamma. Por tales habilidades, el Iluminado le nombró maestro principal de la exposición doctrinal, y es esto mismo lo que constituye su excepcional contribución a la Orden del Buddha.
Al elogiar al anciano, el Buddha lo eleva como modelo a emular por las generaciones futuras que tratan de dominar su apego al mundo.
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