¿Qué es la vida?

Jue, 21/07/2011 - 12:23
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En este interesante ensayo Khantimano explora la vida desde la perspectiva del buddhismo recurriendo a la metodología de los cinco agregados y cinco órdenes (niyāma).

Sin duda es un cuerpo físico-biológico. Un cuerpo vivo. Un cuerpo que siente, con sensaciones. Pero al mismo tiempo una mente que percibe, una inteligencia que se da cuenta que existe y que se da cuenta que se da cuenta. Pero también somos un karma, pues no todas las vidas son iguales y no a todos les va igual en la vida. Y finalmente somos una conciencia, de ahí que el filósofo Descartes dijera: “pienso, luego existo”, aunque también podría haber dicho “siento, luego existo”, “estoy, luego existo”, “percibo, luego existo”, “sufro, luego existo”, “soy feliz, luego existo”.

En breve, la vida es un cuerpo, sensaciones, percepciones, karma y conciencia. Lo dijo el Buddha y los nombró los “cinco agregados”. Es decir, somos cinco montones de materia, sensaciones, percepciones, formaciones kármicas y conciencia.

Aún más breve: somos sólo mente y cuerpo. En otras palabras: conciencia y materia, conciencia y objeto.

Algunos quieren encontrar algo más, como una esencia o un espíritu o un alma o un ser. Pero dijo el Buddha que no hay nada más y él llegó a un nivel de conciencia, de sabiduría y de Iluminación que ningún otro ha llegado o muy pocos o casi nadie o no sabemos.

Se requiere, sin duda, algo de fe para aceptar todo ello. La ciencia trabaja con la materia principalmente, con el mundo físico y más recientemente, con el mundo biológico, e incluso trata torpemente de incursionar con la psicología en el mundo de las percepciones, del karma y de la mente. Es decir que la ciencia, a lo mucho, apenas abarca dos de los cinco agregados, apenas el 40% de la realidad y no precisamente lo más importante, ya que lo más importante queda fuera del alcance de la ciencia, como es la mente, la conciencia, la sabiduría, la inteligencia, y como es el karma y las percepciones.

Lo podemos ver desde otra perspectiva. Sólo hay 5 órdenes o Niyāma:

  1. El orden físico. La materia inorgánica, el mundo que estudian los físicos y los químicos. El universo material lleno de galaxias, estrellas, planetas que podemos resumir en cuatro dimensiones: tiempo, espacio, materia y energía.
  2. El orden biológico. La naturaleza. La materia orgánica. El mundo de las cosas vivas que estudian los biólogos. Aristóteles puso en una pirámide esos dos mundos: primero las piedras, luego los vegetales que se comen a las piedras o sus minerales, luego los animales que se comen a las plantas y finalmente el ser humano que se come a los animales y a las plantas. Y en el piso superior puso a Dios. Era una visión jerárquica que prevaleció hasta que Darwin planteó que la evolución no era jerárquica, sino orgánica.
  3. El orden de la norma. Es decir de las normas sociales. El mundo de las leyes e instituciones. El mundo de la antropología, de la sociología, de la economía, de la política. Somos seres gregarios que vivimos en comunidad.
  4. El orden kármico. Cada individuo tiene su propio karma. No hay dos individuos iguales. Uno nace pobre y otro rico. Uno nace inteligente y otro tonto. Uno nace sano y otro enfermo. Uno nace con hambre y otro en pañales de seda. Uno tiene suerte y al otro todo le sale mal. Uno es querido y respetado y el otro es rechazado. Uno es guapo y otro feo. ¿Por qué existen esas diferencias? Por el karma que cada quien ha cultivado en esta y en otras vidas.  No es un asunto de un Dios injusto o de suerte o de caprichos físico-químicos-biológicos, de genes o de condiciones políticas, sociales o económicas históricas o presentes. Ciertamente influye la condicionalidad, pero la otra parte es la causalidad, es decir el karma.
  5. El orden de la conciencia. Cada individuo tiene su propia mente, su propia conciencia que le permite sentir, percibir y darse cuenta que se da cuenta.

Los científicos estudian el mundo físico y biológico. La ciencia empieza a patinar cuando entra en las ciencias sociales y de plano no sabe nada del karma ni de la conciencia. Estudia el cerebro humano pero no sabe nada de la mente humana. Y no son lo mismo.

Que no parezca que estoy hablando mal de la ciencia o contra la ciencia o minimizándola. Respeto profundamente la ciencia, me considero un hombre de ciencia. Es más, estoy vivo gracias a la ciencia médica que me salvó la vida cuando tenía 12 años. Creo que la ciencia ha alejado al ser humano del oscurantismo y del pensamiento mágico. Pero cuando la ciencia se sale de su ámbito, el conocimiento especializado, no tiene nada más que decir.

Sin embargo y paradójicamente, como dice el Venerable Bhikkhu Nandisena, los científicos utilizan su mente para estudiar el mundo físico y biológico, pero no para estudiar su propia mente.

Se niegan a entrenar a su mente en el cultivo de la atención o meditación. Solo la cultivan racionalmente, en el estudio y la investigación. Pero usan su mente para juzgar la realidad y analizar sus causas inmediatas y no para investigar sus causas últimas.

Eso indica que lo más importante es la mente. Sin mente no habría ciencia. El Buddha fue más allá y afirmó: “todo lo que somos es el resultado de nuestros pensamientos”. Dos mil quinientos años después Werner Heinsenberg (1926) revolucionó el pensamiento científico cuando descubrió que la mente del observador alteraba lo observado, al trabajar con la física cuántica. La ciencia rozaba asombrosamente el campo de la espiritualidad.

Que lo hubiera dicho el Buddha y que lo hubieran afirmado muchas otras corrientes espirituales y filosóficas parecía no importante. Pero el que la ciencia finalmente lo reconociera parecía un salto en la historia de la humanidad.

Desde Aristóteles a la fecha la humanidad enalteció la filosofía y la ciencia como una manera de hacer frente al oscurantismo religioso. Sin embargo siempre, incluso los más prominentes científicos, tenían prendida una veladora espiritual. El caso más notorio es el de Newton. Pero más recientemente Einstein sorprendió al mundo cuando declaró:

“La mente intuitiva es un regalo sagrado y la mente racional es un sirviente fiel. Hemos creado una sociedad que honra al sirviente y ha olvidado el regalo”.

Sin embargo, algunos científicos aún apuestan a que la materia es casi sagrada y que tiene leyes inmutables regidas por principios físicos, donde la mente no entra. Como dice Alan Wallace: convirtieron a la materia en su Dios.

Pocos han estudiado a Thomas Kuhn, quien en la Estructura de las Revoluciones Científicas (1962) demostró científicamente que los científicos ven una parte de la realidad que concuerda con sus paradigmas, pero otra parte de la realidad la distorsionan o fuerzan para que encaje en sus paradigmas y una tercera parte les es absolutamente oscura o invisible porque no concuerda con sus paradigmas.

Parecía una herejía, Kuhn utilizó la ciencia para demostrar las limitaciones de la ciencia. Los científicos que se sentían los más objetivos, los mejores observadores, de pronto se sintieron acusados, amenazados. La ciencia, que con sus prodigios tecnológicos ha deslumbrado al mundo, también tenía su parte oscura.

La ciencia no puede ser algo distinto de la realidad y la realidad es creada por la mente. Pero ésta es una afirmación que la ciencia no sólo no ha podido probar o negar, sino que prudentemente ha optado por dejarla de lado.

“En la visión buddhista: la mente crea la materia y no la materia, la mente”, como dice Eduardo Velásquez (Budismo. Una alternativa para un mundo en crisis. Ed. Garuda).

“La mente es reina”, dijo el Buddha. “La mente liderea al mundo”. Incluso el primer párrafo del Dhammapada dice: “Todos los estados encuentran su origen en la mente. La mente es su fundamento y son creaciones de la mente”. Lo dijo de una y mil maneras, pero dos mil quinientos años después no le hacemos caso.

También lo han dicho muchas otras sabidurías, como la del Kybalión: “Todo es mente. El universo es mental”. En otras palabras: es el principio del mentalismo que es la primera ley de esa sabiduría esotérica. “Todo el universo es mental”, dice.

¿Por qué entonces seguir insistiendo en darle mayor importancia a la materia, al cuerpo, a la biología, a las sensaciones si finalmente lo que nos gobierna son nuestras percepciones, nuestras emociones, nuestro karma y nuestra conciencia? ¿Por qué seguimos sirviendo al esclavo infiel que es el cuerpo y la materia e incluso sirviendo al esclavo fiel, como dijo Einstein, que es la mente racional y nos olvidamos, despreciamos, a la mente intuitiva, el cultivo de la conciencia, el despertar de la mente, que es lo único que nos puede liberar de las cadenas del sufrimiento de esta vida, de los dolores de la vejez, de la enfermedad, de las pérdidas y de la muerte? ¿Por qué? ¿Por necios, por soberbios, por ignorantes, por masoquistas? ¿Por qué?

Mi maestro espiritual dice “la realidad sigue al pensamiento y no el pensamiento a la realidad”. Nuestra soberbia quiere seguir construyendo una realidad al tamaño de su minúsculo pensamiento. ¿Por qué no abrirnos a la inmensa sabiduría? Sólo se requieren cinco cosas:

  1. Tener fe y confianza. Y mucha paciencia y esfuerzo.
  2. Renunciar a lo mundano, a lo material. Ayunar, contentarnos con poco.
  3. Llevar una vida ética impecable. Empezando por respetar nuestra palabra y honrar cada uno de nuestros actos. Como dijo el Buddha: somos nuestros actos, somos dueños de los mismos, ahí radica nuestra libertad y somos dueños de la consecuencia de nuestros actos y aún más difícil de comprender: somos generados por nuestros actos.
  4. Cultivar nuestra mente. Entrenarla tanto en atención unipuntual como en meditación introspectiva para descubrir las tres características de la realidad: la impermanencia, la causalidad y la ausencia de un yo, lo cual es la fuente de la cuarta característica: el sufrimiento con el objetivo de descubrir las tres características de la realidad: la impermanencia, la ausencia de un yo, y la condicional, lo cual es causa de la insatisfactoriedad o sufrimiento.
  5. Ver por nosotros mismos las cosas tal cual son, sin prejuicios, sin imputaciones falsas, sin distorsiones, sin falsas teorizaciones, sin imaginaciones fértiles y sin emociones perturbadas. Por eso el Buddha dijo: “ven y ve”. Nadie puede ir por ti y nadie puede ver por ti. Tú tienes que hacer tu trabajo, tú tienes que ver por ti mismo para que con la prueba de tu propia vivencia y experiencia veas si la fe tuvo o no tuvo sentido o valor. Como dice Manindra: “sólo ven e intenta por ti mismo. El maestro sólo te indica el camino, pero tú tienes que recorrerlo por ti mismo. El Buddha no discute con el mundo, el mundo discute con el Buddha. El Buddha resolvió su problema, tú tienes que resolver el tuyo”.

Pero como dice Alejandra Flores Sil: “No hay nada más popular que la razón, todos quieren tenerla”.

Pero la razón, muchas veces y sin necesidad de serla, es enemiga de la fe. El Buddha descubrió que la salvación se logra cuando hacemos hermanas la fe y la razón. Yo le llamo una fe escéptica. Una fe razonada. Una fe cuestionada todo el tiempo. Una fe no ciega. Una fe que ve. Una fe sabia. No porque al principio lo sea, sino porque busca la sabiduría y se vuelve sabia cuando la encuentra, entonces ya no necesitamos a la fe, pero en tanto no encontremos, experimentemos, vivenciemos o probemos la sabiduría, requerimos de la fe.

La fe es el principio del camino, la sabiduría, el final. Sin fe no hay sabiduría. Sin fe no hay viaje, sin fe te pierdes de toda la experiencia por tu ego, por tu soberbia, por tu necedad y por tus ganas de seguir sufriendo.  La vida humana es como una ola que con su fuerza nos puede transportar a la espiritualidad, pero también como una ola que nos puede revolcar. Como dice una amiga, Rosa María, el error es dejar que te revuelque la ola, en lugar de aprovechar su fuerza para surfear sobre la misma. Tu eliges. Es tu vida. Es tu libertad.

Por Khantimano, Dhamma Vihara, 18 diciembre 2010


Nota: Agradezco los comentarios y correcciones del Venerable Nandisena y de Alina Morales.