Los Guardianes del Mundo - Venerable Bhikkhu Bodhi

Mié, 27/10/2010 - 09:47
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Interesante escrito por el Venerable Bhikkhu Bodhi sobre la vergüenza y miedo moral denominados por el Buddha "guardianes del mundo" (loka-pāla) debido al hecho de que mientras estos dos factores existan en el mundo, éste será un lugar seguro para la vida. Traducido del inglés al español por Enid Pacheco. Edición por Alina Morales Troncoso.

Como el dios romano Jano, cada persona mira simultáneamente en dos direcciones opuestas. Con la cara de nuestra conciencia nos miramos y nos hacemos conscientes de nosotros mismos como individuos, motivados por una profunda urgencia de evitar el sufrimiento y de asegurar nuestro propio bienestar y felicidad. Con la otra cara miramos hacia el mundo y descubrimos que nuestras vidas son totalmente relacionales, que existimos como nudos en una vasta red de relaciones con otros seres cuyo destino está ligado al nuestro. Debido a la estructura relacional de nuestra existencia, estamos involucrados en una perpetua interacción bidireccional con el mundo: la influencia del mundo presiona sobre nosotros, moldeando y alterando nuestras actitudes y disposiciones, mientras que nuestras propias actitudes y disposiciones fluyen hacia el mundo como una fuerza que afecta la vida de otros para bien o para mal.

Esta perfecta interconexión entre los dominios de lo interno y lo externo adquiere una particular urgencia para nosotros hoy en día debido al desenfrenado deterioro de los estándares éticos que se extiende por todo el globo. Tal declinación moral está tan difundida en aquellas sociedades que disfrutan de una confortable medida de estabilidad y prosperidad como en aquellos países en donde la pobreza y la desesperación hacen de las violaciones morales un aspecto integral de la lucha por la supervivencia. Por supuesto no deberíamos entregarnos a fantasías acerca del pasado, imaginando que vivíamos en el Jardín del Edén hasta que inventaron la máquina del vapor. Las fuerzas impulsoras del corazón humano han permanecido bastante constantes a través de los tiempos, y la cuota que han cobrado en la miseria humana sobrepasa todo cálculo. Pero lo que encontramos hoy en día es una extraña paradoja que sería interesante si no fuera siniestra: mientras parece haber un mayor reconocimiento verbal de la primacía de la moral y los valores humanos, existe al mismo tiempo una ostensible indiferencia hacia las líneas de conducta que tales valores implican. Este debilitamiento de los valores éticos tradicionales es el resultado, en parte, de la internacionalización del comercio y la penetración global, virtualmente, de todo medio de comunicación. Intereses creados, en busca de un ámbito más amplio de poder y de expansión de beneficios, montan una continua campaña dirigida a explotar nuestra vulnerabilidad moral. Esta campaña avanza a toda velocidad, invadiendo cada esquina y rincón de nuestras vidas, con muy poca consideración por las consecuencias a largo plazo, para el individuo y para la sociedad. Los resultados son evidentes en los problemas que enfrentamos, problemas que no respetan las fronteras nacionales: aumento de la criminalidad, expansión de la drogadicción, devastación ecológica, trabajo de menores y prostitución, robo y pornografía, la declinación de la familia como unidad de amor, confianza y educación moral.

En su núcleo central la enseñanza del Buddha es una doctrina de liberación que nos provee con las herramientas para cortar las trabas que nos mantienen atados a este mundo de sufrimiento, la ronda de repetidos nacimientos. Aunque la búsqueda de la liberación por medio de la práctica del Dhamma depende del esfuerzo individual, esta búsqueda ocurre necesariamente dentro del ambiente social, por lo que está sujeta a todas las influencias, benéficas o dañinas, impuestas sobre nosotros por ese medio ambiente. El entrenamiento buddhista se desarrolla en tres etapas: moralidad, concentración y sabiduría, siendo cada una la base de la otra: la conducta moral purificada facilita la obtención de una concentración purificada, y la mente concentrada facilita la obtención de la sabiduría liberadora. La base de todo el entrenamiento buddhista es, entonces, una conducta purificada y una firme adherencia al código de reglas que uno ha tomado –los cinco preceptos en el caso de los buddhistas laicos-; ellos son los medios necesarios para salvaguardar la pureza de nuestra conducta. Viviendo como estamos, en una era en donde somos provocados por cualquier canal disponible para desviarnos de las normas de rectitud, y cuando hay malestar social, las dificultades económicas y los conflictos políticos avivan más las emociones volátiles, la necesidad de extra-protección se vuelve especialmente imperativa: protección para uno, protección para el mundo.

El Buddha señala dos cualidades mentales como protecciones subyacentes de la moralidad, así como los protectores de ambos, el individuo y la sociedad en general. Estas dos cualidades son llamadas en pali hiri y ottappa. Hiri es una sensación innata de vergüenza por las transgresiones morales; ottapa es miedo moral, miedo por los resultados de haber obrado mal. El Buddha llamó a estos dos estados los brillantes guardianes del mundo (sukka lokapala). Él les da esta designación porque cuando estos dos estados prevalecen en el corazón de la gente, los estándares morales del mundo se mantienen intactos, pero cuando sus influencias decaen, el mundo humano cae en una descarada promiscuidad y violencia, haciéndose casi indistinguible del reino animal (Itiv.42).

Si bien la vergüenza moral y el miedo a obrar mal están unidos en la común tarea de proteger la mente de las corrupciones morales, ellos difieren en sus características individuales y modos de operación. Hiri, el sentido de vergüenza, tiene una referencia interna; está enraizada en el respeto por uno mismo y nos induce a refrenarnos de obrar mal por un sentimiento de honor personal. Ottappa, miedo a obrar mal, tiene una orientación externa; es la voz de la conciencia que nos advierte de las nefastas consecuencias de las transgresiones morales: culpa y el castigo de otros, el penoso resultado kammico por las malas acciones, el impedimento de nuestro deseo por la liberación del sufrimiento. Acariya Buddhaghosa ilustra la diferencia entre los dos con el símil de una vara de hierro donde por una punta está untada de excremento y por la otra punta está caliente al rojo vivo: hiri es como la repugnancia de agarrar la vara por el lado donde está untada de excremento y ottappa es como el miedo de agarrar la vara por el lado que está al rojo vivo.

En el mundo actual, con la secularización de todos los valores, tales nociones como la vergüenza y el miedo a lo malo están destinados a parecer como anticuados, reliquias de un pasado puritano en donde la superstición y los dogmas maniataban nuestro derecho a una expresión personal desinhibida. Sin embargo, el énfasis del Buddha en la importancia de hiri y ottappa estaba basado en una profunda penetración en las diferentes potencialidades de la naturaleza humana. Él vio que el sendero de liberación es una lucha contra la corriente, y si hemos de desarrollar las capacidades mentales para la sabiduría, la pureza y la paz, entonces necesitamos mantener el barril de pólvora de las impurezas bajo la custodia de diligentes centinelas.

El proyecto de cultivo personal que el Buddha proclama como medio para la liberación del sufrimiento requiere que mantengamos una estricta observación de los movimientos de nuestra mente, tanto en ocasiones en que motivan actos verbales y del cuerpo, como cuando permanecen absortos en el interior con sus propias preocupaciones. Ejercitar dicho escrutinio personal es un aspecto de la esmerada atención (appamada) que el Buddha establece que es el sendero a la inmortalidad. En la práctica de la examinación personal, el sentido de vergüenza y el miedo de obrar mal juegan un papel crucial. El sentido de vergüenza nos incentiva a vencer estados insanos de la mente porque reconocemos que tales estados son imperfecciones de nuestro carácter. Ellos demeritan la elevación interna del carácter a ser moldeado por la práctica del Dhamma, la estatura de los ariyas o nobles, quienes resplandecen como flores de loto sobre el lago del mundo. El miedo a obrar mal nos insta a apartarnos de los pensamientos y actos moralmente riesgosos porque reconocemos que tales actos son semillas con la potencialidad de dar frutos, frutos que inevitablemente serán amargos. El Buddha afirma que cualquier mal que surge se origina por la falta de vergüenza y miedo al mal, mientras que todos los actos virtuosos se originan por el sentido de vergüenza y miedo al mal.

Mediante el cultivo de las cualidades de vergüenza moral y miedo a obrar mal, nosotros no sólo aceleramos nuestro propio progreso a lo largo del sendero de liberación sino que también contribuimos, en parte, a la protección del mundo. Dadas las intrincadas interconexiones que existen entres todas las formas vivientes, hacer que el sentido de vergüenza y el miedo a obrar mal sean los guardianes de nuestra propia mente es hacernos a nosotros mismos guardianes del mundo. Como raíces de la moralidad, estas dos cualidades sostienen la total eficacia del sendero de liberación del Buddha; como salvaguardas de la decencia personal, ellas preservan al mismo tiempo la dignidad de la raza humana.